Esta colección de exvotos de bronce, procedentes de los santuarios ibéricos de Collado de los Jardines y Castellar de Santisteban, son representaciones humanas de forma esquemática, tanto masculinas como femeninas. Si bien en algunas de ellas se puede diferenciar el sexo o elementos de la indumentaria, en otros se llega al extremo de parecer un simple clavo. No se conoce bien el sentido de estos exvotos, pueden ser un ruego a los dioses o un acto de agradecimiento, aunque en todos los casos son testimonio de una religiosidad popular.
Los íberos expresaban su religiosidad a través de exvotos en forma de pequeñas figuras elaboradas en piedra, bronce o terracota, unos elementos de “arte popular” que fueron considerados en un primer momento como representaciones de dioses. En cuanto a los exvotos metálicos, son piezas macizas realizadas mediante la técnica de la “cera perdida”, de un tamaño no superior a los 18 cm de altura, con algunas excepciones. Generalmente son imágenes estilizadas de oferentes masculinos y femeninos en actitud de plegaria, con algún rasgo exagerado (manos, ojos, órganos sexuales) y portando alguna ofrenda (un panecillo, frutos, etc.). Del mismo modo también se conocen jinetes, caballos y partes del cuerpo, así como miniaturas de cuchillos afalcatados. Su cronología parte, por lo general, de mediados del siglo III a. C.Estas piezas eran depositadas en honor a divinidades, a cambio de protección, bienestar, salud y prosperidad, encontrándose en santuarios ibéricos del sur y sureste peninsulares, destacando núcleos como el entorno de Despeñaperros en Jaén (Collado de los Jardines, Castellar de Santisteban) o La Luz (Verdolay, Murcia), así como en otros puntos de Andalucía y Levante. Estos centros de culto siempre se localizan sobre elevaciones del terreno o en cuevas, próximos a importantes vías de comunicación y a cursos de agua, a una determinada distancia de los núcleos de población, siendo en ocasiones auténticos centros de culto comunitarios de control territorial.Su origen parece remontarse a fines del siglo V a. C., y a mediados de la siguiente centuria se constata un área sacra a cielo abierto, con ofrendas en las grietas de las rocas y áreas de cremación. Posteriormente se construye un edificio de planta trapezoidal para el culto a Deméter y Perséfone, hallándose animales sacrificados, cuchillos afalcatados y depósitos de cerámicas, testimonios probablemente de silicernia o banquetes rituales. En el tránsito entre los siglos III y II a. C. se construye un nuevo edificio de inspiración greco-itálica, con columnas de ladrillo estucado, sillares, antefijas de palmeta y pavimentos de opus signinum, destruido durante la segunda mitad del II a. C.
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